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La semana que cambió mi vida

 Hola, me llamo David y tengo 79 años y les quiero contar, antes de estirar la pata, lo más asombroso que me pasó en la vida. Tenía 44 años, un tórrido divorcio y dos hipotecas y, en un vuelco del destino, que no quería tomar, terminé conociendo a la mujer que me cambió para siempre. 

 Todo ocurrió en el desarrollo de un seminario de 5 días del que sí saqué muchísimo provecho laboral, en un exclusivo resort de República Dominicana, al que, dijo el gerente, por mi bien, fui obligado a asistir.

 En la empresa, todo el mundo notaba que el divorcio me había afectado. Quizás por esa razón, mi jefe, el gerente general, al calor de un vaso con buen whisky, en una informal reunión en su oficina, me informó que tendría el honor de representar a la empresa en el seminario anual de seguridad ciudadana y privacidad.

 Mis protestas fueron vanas, pues terminó siendo una orden directa de mi superior, argumentándome casi en tono de ruego que era por mi bien. Así, de la noche a la mañana, empaqué mi ropa formal de verano y uno que otro traje de baño con el fin de partir a la cálida y tropical República Dominicana.

El arribo

 Volamos en un avión repleto, pero en un compacto grupo, la profesora y los 18 asistentes al exclusivo seminario (6 mujeres y 12 hombres). No conocía a nadie. Sin embargo, lo primero que noté fue lo joven y bella que era la profesora y que la mayoría de mis compañeros (a) eran personas entre los 50 y 70 años de edad, todos casados y con muy buena posición social, dada la vestimenta, las alhajas y el modo de hablar que ostentaban.

 Me desenvolvía a diario en la empresa con ese mundo por lo que fue natural para mí aplicar el viejo adagio que recita: donde fueres, haz lo que vieres. Así, en la sala de espera, fui conociendo a la mayoría. Con los únicos que sentí simpatía fueron la profesora, Ana María (28) y los que, curiosamente, resultaron ser mis vecinos de asiento, Juan Ignacio (50) y Josefina Andrea (48).

 Llegamos poco después de las 7 la tarde del domingo. Con el fin de conocernos un poco más, mientras esperábamos por el equipaje en el aeropuerto, la profesora Ana María, organizó una junta, en el bar del hotel, una hora después de acomodarnos en las habitaciones, para todo aquel que así lo quisiera. Llegamos al encuentro por separado, mis dos nuevos amigos, la profesora (nos esperaba sentada en una mesa del bar), un tipo alto con pinta de nórdico de nombre José Pedro (52) y yo.

 La reunión fue relajada y divertida. Charlamos por poco más de 3 horas, pues a pesar del viaje, que corto no fue, ninguno presentaba síntomas de cansancio, por lo que, entre trago y trago y deliciosos picoteos, el tiempo se nos pasó volando. 

 Noté durante la velada dos cosas. Que mi nueva amiga sutilmente me coqueteaba y que José Pedro hacía lo mismo con la profesora, la que con velada timidez le correspondía. La primera alarma fue un muy mal actuado bostezo de José Pedro. Al poco fue Ana María la que se tomó el cuello en señal de fatiga.

 Vaciamos los vasos de no recuerdo cual ronda y partimos todos juntos hacia nuestras habitaciones. Dos de los tres ascensores se encontraban a muchos pisos, por lo que necesariamente compartimos el que llegó. Sentí durante el ascenso que me apretaban y manoseaban la verga.

 Al mirar a Juan Ignacio y Josefina, que eran los más próximos, ambos me devolvieron inescrutables sonrisas. En cuanto bajaba la mirada, la mano intrusa desaparecía, sin lograr identificarla. Ni en mi examen de grado sentí tanta angustia como en ese momento. Rogaba que fuera ella y no el.

 Juan Ignacio fue el primero en descender y mi angustia creció aún más cuando el viaje continuó, pero no los toqueteos. Transpiraba helado, el lugar comenzó a empequeñecerse. Los dos pisos que faltaban para que llegara mi turno parecieron eternos.

 El alivio que sentí cuando las puertas se abrieron fue casi el mismo que experimenté cuando la prueba por embarazo a mi primera polola le salió negativa. Las puertas se cerraban con la joven y bella profesora y José Pedro dentro. Quedaban tres paradas más.

 Absorto, miraba las puertas cerradas del ascensor y solo después de oír una femenina y conocida risita, noté que estaba acompañado. Era la estupenda, jovial, alegre, espontánea y recatadamente audaz Josefina.  

 Después de la sorpresa inicial explicó que se reía de mi cara de angustia y de lo pálido y urgido que parecía después que Juan Ignacio bajara. Antes que comenzara a mover sus manos con las palmas abiertas y los dedos estirados y separados supe que ella era la autora de los manoseos.

 De inmediato sentí alivio (era ella y no el), sorpresa (por cómo era ella), orgullo (por la mansa ella que era) y lasciva curiosidad (por saber si con ella mis concupiscencias podían ser satisfechas)  y luego de mirarla completa y preguntarle cuál era su plan, Josefina fue directa.

 De esta manera, en el corto trayecto hacia mi cuarto y con atropelladas palabras preguntó si acaso tendría una aventura con una mujer como ella. Sin pensarlo afirmé con un gesto de la cabeza, ya que la voz no me salió. Sellamos todo con un insípido beso.

 Josefina era una persona atractiva, inteligente y muy segura de sí. Casada desde muy joven con un renombrado banquero con el que tuvo tres hijos. Desde el umbral de la puerta, sonriéndonos notamos, antes de entrar, que el ascensor no siguió hasta el piso de José Pedro, quedándose inmóvil en la planta donde estaba el cuarto de Ana María.

 Esa noche compartimos la cama con la estupenda Josefina Andrea. Contra la primera impresión tras el adolescente roce de labios, resultó ser una ardiente, pero no complaciente hembra. Con un impresionante cuerpo, todo gracias a una vida dedicada al cultivo del cuerpo, la mente y el espíritu.

 Le gustaba trotar a cualquier hora y lo hizo, casi todos los días, hasta poco antes de su muerte. Era su manera de liberar las tensiones sin desquitarse con nadie, decía, porque eso sí… Tenía un genio de los mil demonios cuando le daban los cinco.

 El sexo fue espectacular aunque clásico. Cada vez que las cosas no iban como ella quería, desviaba la atención sin negativas, sino proponiendo una alternativa, siempre sonriendo. Me sedujo ese aire de indomabilidad que usaba en su trato con los demás y cuando me preguntó que era lo que más me gustó de ella, le contesté sin vacilar, lo chúcara que era.

 Lo pasamos tan bien en todo sentido que ambos percibimos que nuestra conexión era mucho más profunda que una cana al aire. Compartíamos tantos gustos que ninguno se dio cuenta la mutua confianza que sentíamos por el otro que parecíamos dos viejos amigos amantes que volvían después de algunos años a reencontrarse y para nada los desconocidos que realmente éramos. 

 Le encantaba hablar todo lo que a mí escuchar por lo que antes del alba, en completo sigilo, abandonó el lecho para, a primera hora, antes del inicio de las actividades del seminario, llegar sin maquillaje y el cabello húmedo de vuelta con la convicción de quedarse.

 Sus dos maletas la esperaban desde poco antes de su esperada llegada. Sonaba un secador de pelo desde la habitación contigua al tiempo que penaba con el agua escurriendo por mi cuerpo en las palabras del gerente. "Estoy seguro que te hará bien, viejito", dijo dando golpecitos en mi hombro. Tuvo siempre la razón aunque creo no se refería a esto precisamente.

 Día 1: por la boca el pez se convierte en pescado

 La profesora era una joven y atractiva mujer de blanca tez, su medianamente largo, liso y negro cabello combinaba con sus expresivos ojos verdes. Delgada, con proporcionados. naturales y perfectos senos y un apropiadamente respingado culo. Poseía una exótica belleza oriental. En su primera presentación nos enamoró a todos por su lasciva candidez.

 

 Durante todo el día fue cortejada por el trillonario, José Eduardo (62). Un tipo de mediana estatura con escaso y gris pelo, fríos ojos azules que combinaban con la sardónica sonrisa que siempre llevaba. Vestía todo el tiempo un impecable traje Boss o Armani hecho a la medida.

 Al parecer, le resultó, pues esa noche, después de la cena, partieron juntos. Los 3 disfrutamos elucubrando teorías sobre la joven y bella profesora Ana María al tiempo que con Josefina manifestábamos abiertamente nuestro romance. En otras palabras, Juan tocó el violín la hora que estuvimos bebiendo en el bar.

 Yacíamos acostados sobre la mullida cama, sudados, uno al lado del otro, los dos con la vista fija en el techo. Acabábamos de hacer el amor larga, tierna y consideradamente, cuando, a oscuras, Josefina comenzó a hablar. Habló y habló como si no hubiera podido aguantar más.

 Me contó cosas, hilarantes, tristes, injustas. Cuando ya casi estaba dormido, comenzó a confesar sus fantasías eróticas. Luego de relatarme varias, con la mirada sentí que me preguntaba si podía ayudarla a cumplir algunas, entonces, sin esperar la pregunta, le señalé lo ultramegahiper dispuesto que estaba a cualquiera de sus requerimientos.

 También le conté qué varias veces había sorprendido a Juan Ignacio mirándole el escote. Cuando me preguntó si acaso sentía celos, luego de meditarlo por unos segundos, le contesté que no estaba celoso sino excitado. Hicimos el amor en un silencio cómplice, durmiéndonos, amorosamente abrazados.

Día 2: Se hace lo que se dice

  Durante todo la mañana siguiente, la profesora Ana María no miró a nadie de forma distinta. Pero en las actividades vespertinas terminó encaprichándose con Juan Ignacio debido al aire de melancolía que no pudo nunca ocultar.

 En una clara demostración de ingenua confianza, el hombre, luego de una constante insistencia, le cuenta que su mujer le pidió el divorcio y desde ese momento comenzó consolarlo.

 La segunda noche del seminario, nuestro nuevo amigo tras la cena, se retiró con la profe y nos contó luego que fue apapachado por la profe, con lascivo, lujurioso y desenfrenado sexo.

 Una vez solos me acerqué a ella y al oído comencé a pedirle me regalara su calzón al tiempo que con mis dedos incursionaba en su mojada conchita. Nerviosa interrumpió su camino al orgasmo con la excusa de necesitar ir al sanitario.

 Josefina se mojaba el enrojecido rostro con agua fresca cuando entré. Me sorprendió observándola desde la entrada, a unos tres metros de distancia. Entonces, le pedí sacarle el calzón a lo que accedió de inmediato.

 La diminuta y sexy prenda estaba empapada. La llevé hasta mi nariz, olfateándola con vigor, tras lo cual sin esfuerzo, la alcé para depositarla sobre los lavamanos y con inédita brusquedad abrí sus piernas comenzando a devorarme con avidez su aromático coño.

 Con mis dedos dentro, Josefina, comenzó a lanzar por el coño potentes chorros de líquido vaginal producto de explosivas eyaculaciones. Entonces, de inmediato penetré su excitado coño y con alevosía comencé un rudo mete y saca.

 Por un par de minutos estuvimos así y para ser honesto nunca supe desde cuando comenzamos a ser espiados por una señora de la limpieza. Solo sé que cuando dejaba a Josefina, semi desnuda, pero calzada, apoyaba sus manos en la pared y, levantando el culo listo para continuar la vi, pero mirándonos, seguí como si nada.

 Gemía quedamente cuando al oído le informé de la espía. Sabía que coger en un baño público y ser espiada follando eran dos de las fantasías, empero, lo hice para que nos detuviéramos, pero contrario a mis preconcebidas ideas, se detuvo solo el tiempo necesario para despojarse de su ropa y colgarla en el gancho de la pared. Ipso facto en la misma pose, pero esta vez por su asombroso culo, seguimos follando.

 En aquella ocasión, noté que Josefina estuvo mucho más caliente de lo normal, alcanzando a llegar por primera vez a dos orgasmos en un mismo polvo. El primero segundos después que reiniciamos y el último unos instantes antes de mi eyaculación.

 Esa noche no solo me permitió penetrarle el culo, ya que por si fuera poco, segundos antes de acabar mientras le perforaba con la verga su dilatado coño, al mismo ritmo, lo mismo hacía por su palpitante culo con mis dedos índice y corazón. También al final nos acercamos a nuestra espía y ante el asombro de la Sra. Romilda (45) y mío, la invitó a ver cómo hacíamos el amor en la azotea del hotel.

 La Sra. Romilda estaba casada con don Betulio (68), taxista oficial del resort. Tenía el largo cabello y la piel tan oscuros que a la luz de las lámparas, a veces podían distinguirse matices de azul. Era alta (1,74) de atractivo, pero ajado rostro. Amplia frente, intensos ojos negros, diminuta nariz, gruesos labios y generosa boca.

 En su juventud debió ser la hembra del barrio, pues aún mantenía el garbo en su actitud y las voluptuosas curvas, pero con al menos con unos 10 kilos de sobrepeso. Josefina, le sugirió ponerse cómoda mientras su servidor le entregaba un vaso con tequila y una lonja de limón.

 Le dejamos la botella a medio llenar, algo para picar, solo para a menos de una metro de distancia, despojarnos de la ropa. En ese mismo lugar, sobre una mullida alfombra, y con una desconocida mujer como público, follamos como condenados a muerte por más de 15 minutos.

 A petición de la Sra. Romilda el último par de minutos le follé con furia su boca, acabando en lo más profundo de su gruesa garganta que pude. Al despedirse Romilda, de pie en el umbral de la entrada, aún a medio vestir, le advirtió no meterse con cualquiera, ya que las enfermedades venéreas eran más comunes que la gripe.

 Romilda le contó en tono de confesión, al tiempo que arreglaba su uniforme, con quienes era seguro meterse y con quienes no. Josefina la despidió con un abrazo, durante el cual, le metió en el bolsillo del delantal, unos cuantos billetes. 

 Día 3: Ayudando a sentir   

 La mañana del tercer día estuvo marcada por la indiferencia con la que la profesora trataba a Juan Ignacio. Por otro lado, coqueteó disimuladamente con otro compañero de nombre Juan Enrique (58) con el cual compartió el almuerzo.

 Con sus actitudes la profesora le destrozó el corazón a mi amigo. Mientras comimos, el tema recurrente fue el dolor de nuestro compañero. Los tres coincidimos en que la profe era media suelta de cuerpo. Al menos más que la mayoría.

 Esa noche Juan Ignacio se fue a su habitación en cuanto vio irse juntos a Ana María y Juan Enrique poco después de la cena. Nos dijo que se sentía cansado. Eran las 8:00 pm. Por una hora más, charlamos de todo. El tema favorito, sin embargo, siempre fueron nuestros exitistas e hipócritas compañeros.

 Entre bromas y sutilezas, bajo la mesa manoseé a Josefina por largo rato hasta el orgasmo. Como premio, disimuladamente se sacó el empapado calzón, dejándolo cual servilleta usada sobre un vacío plato. A petición mía, antes de retirarnos a nuestra habitación, pasamos a ver si Juan Ignacio se encontraba bien. Eran las 9:03 pm.

 Vimos luz y escuchamos la televisión por lo que tocamos. Nos abrió Juan Ignacio, ataviado con la esponjosa bata blanca proporcionada por el hotel. Nos contó, sin invitarnos a pasar, que estaba bien y viendo una película mientras bebía algo. Josefina, luego de percatarse del bulto debajo de la bata de Juan Ignacio, le pidió pasar,

 De primera no quiso, pero insistió. Una vez dentro entendimos su negativa, ya que la película que estaba pasando en la TV era una porno. A Josefina se le vinieron los colores al rostro, pero cuando Juan Ignacio sugirió apagar la televisión, tanto Josefina como yo se lo impedimos.

 Minutos más tarde, los tres con un vaso en la mano y a sugerencia mía, nos estiramos en la amplia cama con Josefina en medio, apoyando nuestras cabezas en el mullido respaldo. Justo en un momento en el que la atención de Josefina no estaba puesta en mí, le indiqué por señas a mi compañero que estuviera atento. Asintió.

 Bebimos en silencio por unos minutos. Nuestra atención estaba enfocada en la TV. Empero, al poco noté que mi mano izquierda estaba desocupada por lo que con ella, discretamente, comencé a tocar la febril y suave piel de Josefina. Respondió con una brillante y coqueta sonrisa de aprobación.

 En no pocas oportunidades mientras la manoseaba le pregunté si quería que Juan Ignacio la tocara. El argumento principal fue que era para sacarlo de la depre. Ella invariablemente solo sonreía y volvía a mirar la TV.

 Mis manos recorrían con lujuria por su cuerpo cuando le conté que nuestro amigo la miraba desde hacía rato. Eso le gustó. En la película, en tanto, dos hombres tras una noche de tragos, compartían a la esposa de uno de ellos. La actriz parecía que de verdad lo gozaba, especialmente cuando dos vergas la penetraban al mismo tiempo. Josefina, separó un poco más sus muslos con el fin de facilitar el tránsito de mis dedos.

 Entonces, al tiempo que la actriz gritaba como endemoniada al recibir una verga por el culo y otra por el coño al unísono y a todo vapor, en la realidad, con una mano estrujaba un seno y con la otra, frotaba el clítoris de mi excitada compañera. Tímidos gemidos se escucharon cuando, de nuevo, le pregunté. Eran las 9:28 pm.

 Conversamos en susurros por unos cuantos minutos sin nunca dejar de tocarla. Entre otras muchas cosas le dije que esta era una buena oportunidad para seguir cumpliendo fantasías entre otras cosas que ya le había mencionado.

 Luego de unos segundos de vacilación, siempre acostada, con sensuales ademanes, descubrió sus senos, tomó la mano de mi amigo, depositándola sobre uno de ellos. Sin perder un segundo, entre los dos, la terminamos de desnudar solo para de inmediato comenzar a lamer, chupar, succionar, morder y apretar cada una de las partes de su atlético cuerpo con la excepción del clítoris.

 La absoluta entrega de Josefina nos volvió locos por lo que en la casi hora que duró el polvo, tapamos cada uno de sus orificios culminando con una retorcidamente lasciva doble penetración por los últimos 3 minutos.

 Se entrego entera, pero siempre con una tibia reticencia. Pasó cuando me lo chupó, cuando me entregó su culo y por supuesto cuando fue doblemente penetraba por su adorable culo y desbocado coño a la vez, empero en todas y cada una de las situaciones, terminó pidiendo a gritos se lo hiciera, entregando el dominio de sí misma a su afiebrada carne.

 Josefina nunca antes había disfrutado tanto con el sexo, llegando incluso a perderse en el lujurioso hedonismo de una serie de orgasmos seguidos en las postrimerías del notable polvo.

 El reloj anunciaba que faltaban 12 minutos para las 10 de la noche cuando los tres acabábamos al mismo tiempo, llenándole el interior de su lujurioso cuerpo con nuestros fluidos seminales. Estuvimos abrazados los tres, charlando animadamente un buen rato.

 Hablamos temas inocuos, profundos, generales y de carácter personal como si estuviésemos confesándonos, alivianando una antigua y pesada carga. Mientras manteníamos la espontánea conversación, las manos de Juan Ignacio y mías, no pudiendo estarse quietas, acariciaron con ternura y deseo el transpirado cuerpo de Josefina.

 Charlaba con soltura y desenfado. Estaba desnuda en medio de dos semi desconocidos, con las piernas cruzadas y la espalda derecha. Su sonrisa iluminaba el cuarto, su risa contagiaba esperanza; su cabello alborotado contradecía esa lejana inocencia que acompañaba siempre su enigmática mirada. Josefina se sentía, sabía y era un completa y absoluta dama.

 Por las siguientes tres horas, Josefina, cabalgó todo el rato, una verga, ya por el coño, ya por el culo, y, a la vez, siempre con otra en la boca con evidente y lujurioso placer. Eran pasadas la 1:00 am cuando decidimos irnos a nuestra habitación.

 Un infantil traveseo entre Josefina y Juan Ignacio terminó por cumplir otro sueño erótico de la primera, pues aceptó el desafío de irse desnuda y ciega a su cuarto, dirigida por mí. En cuanto cerré la puerta de nuestro cuarto detrás de mí, follamos de manera ruda hasta bien avanzada la madrugada.

Día 4: Una tarde en 35 mm

 La noche anterior, entre polvo y polvo, conversamos sobre lo que había pasado. Me confesó que una vez, a un par de años del matrimonio, en la cama, su esposo le contó con asco y desprecio en la mirada que no volvería a tener contacto con el que era su mejor amigo porque éste le contó la fantasía erótica de su esposa la que consistía en tener a un espectador a la hora del sexo.

 Con lágrimas en los ojos enfatizó varias veces que a la esposa de su amigo la trató de puta y a él de sumiso y poco hombre. Fue tan emotivo que, en un momento de debilidad, me preguntó con quien follaría aparte de ella, mencionándole de manera ingenuamente espontánea, a la profesora.

 Almorcé solo con Juan Ignacio, ya que curiosamente, Josefina, luego de coquetearle a la profe durante la cátedra, fue invitada por ella a compartir aquel almuerzo juntas. Cuchichearon y rieron por lo bajo y no pocas veces la sorprendí mirándonos mientras se secreteaban a dos mesas de distancia.

 La sesión de la tarde se llevó a efecto en una confortable sala de cine. En ella entraban cómodas mucho más de 200 personas y nosotros éramos tan solo 18. Subimos hasta sentarnos en la penúltima fila de la Columna lateral compuesta por tres butacas, ubicando a Josefina al medio de los dos.  

 Desde el primer día se formaron 4 grupos. Esa tarde, la mayoría se ubicó en las primeras filas. La excepción fuimos Josefina, Juan y yo. Josefina vestida con un corto y amplio vestido de algodón tras sentarse, abrió las piernas levantándose escandalosamente el vestido.

 La primera media hora, la profesora expuso y presentó los contenidos de rigor. Habló del acoso y abuso sexual en el trabajo por compañeros de labores o completos desconocidos, exponiendo de manera explícita, crudos y, afirmaba, verdaderos casos. Lucía un ajustado jeans, una amplia blusa gris y una corta y juvenil chaqueta de jeans. Calzaba un par de sencillas y elegantes sandalias.

 El tema era tan bizarramente lascivo y la total ausencia de pudor por parte de Josefina lograron que al poco la manoseáramos y chupáramos con morbo su cuerpo. En cuanto empezamos nos dimos cuenta que la pícara diablilla no llevaba puesto calzón.

 Con el propósito de evitar que sus quejidos fueran escuchados, decidimos ponerla en cuatro patas en el pasillo entre filas para darle por el culo y la boca al mismo tiempo. Más tarde, la profesora pudo ver desde el escenario, iluminados por Juan, los senos de Josefina rebotando libres al ritmo de las sentadas que daba con coordinada calentura sobre mi verga.

 En cuanto terminó y antes de abandonar el escenario, la profesora dio aviso que las películas que seguían eran aún más explícitas y por ello, opcionales. Entonces, detrás de una puerta lateral del escenario, desapareció.

 Volvió a aparecer detrás de nosotros un par de minutos después. Salió de una puerta disimulada por pesadas cortinas. Vestía un vestido parecido al de mi compañera. La sala aún estaba iluminada. Unos cuantos se marcharon.

Nos encontró sentados a Juan Ignacio y a mí una fila arriba de Josefina, vestida. Juan Ignacio detrás de ella y el que suscribe a su lado, justo la butaca anterior. La profe, lentamente y sin quitarnos los ojos de encima, tomó asiento debajo de mí. Cruzó las piernas y tiernamente posó su mano sobre el desnudo muslo de Josefina.

 Las luces se apagaron no sin antes permitir a las féminas intercambiar unas cuantas frases. Tocó el semen en las piernas de Josefina con sus dedos, llevándoselos a la boca como alguien que está degustando un nuevo plato. Notó la ausencia de calzón y el desarreglado cabello. Ana María, se relamía, mientras deleitaba sus depravados ojos con el utilizado cuerpo de Josefina.

 Poco después que las penumbras lo envolvieran todo, comenzaron a tocarse. La profe por más de un par de minutos lamió, chupó y succionó sus asombrosos senos. Lo hizo hasta dejarlos relucientes. Continuó entonces limpiando a lamidas el rastro de semen que seguía claro por si vientre,

Continuaba en su cadera y muslo derecho. Con la lengua borró el bizarro sendero con auténtico afán. Josefina gemía contenidamente. Los despojos de una abundante eyaculación llevaron a la profe justo al medio de su entrepierna.

De esa forma, por el interior del muslo llegó, pasando la lengua, hasta los utilizados e inundados coño y culo y con mal disimulada avidez los limpió con pulcra determinación.

 Por largo rato la profe estuvo arrodillada entre las piernas abiertas de Josefina, trabajando con denuedo en su clítoris, coño y ano mientras nos encargábamos con nuestras lenguas de sus hermosos senos. De vez en cuando, levantaba la vista para fijarla en nosotros sin dejar de comerse el coño de Josefina.

 Así estuvimos hasta su orgasmo. Entonces fue el turno de la profe. Tomó asiento en su butaca y separando las rodillas, le mostró a Josefina que ella tampoco llevaba ropa interior. Sonrió.

 Menos de dos minutos llevaba Josefina estimulando clítoris, coño y ano de la profe cuando posé suavemente la mano en su aún cubierto seno. Tuvo un breve sobresalto, pero no la retiré. Al contrario, presioné con mis dedos abiertos la firme carne. Levantó la cabeza y tras el choque de miradas, mordió su labio inferior y sonrió. Sin pensarlo, su gesto lo tomé como un dale. Ergo, seguí.

 Antes que se cumpliera el siguiente minuto, la mano de Juan apretaba con tierna rudeza el otro seno. Los manoseamos con acumuladas ganas por un buen rato. Eran tal y como los había imaginado.

 De pronto, Juan Ignacio inclinó su cuerpo para meterse todo el seno izquierdo de la profe. Un sensual gemido escapó desde lo más profundo de su ser. Significó mi entrada.

 Unas cuantas chupadas a sus exquisitos senos me dieron a entender lo incómodo de la posición en la que estaba. Al parecer, mi compañero pensaba lo mismo, porque, al mismo tiempo, casi con desesperación, nos pasamos por sobre las butacas y nos sentamos uno a cada lado de la profe solo para seguir chupando, succionando y mordiendo, cada uno, un perfecto seno.

 Habían pasado unos cuantos minutos de documental cuando levanté la vista. La verdad, no me asombró el hecho de estar solos en la sala. En la pantalla habían pasado explícitos extractos de grabaciones de cámaras de seguridad.

 En la pantalla, una joven camarera de algún hotel, salía abruptamente desde el interior de una habitación, con solo sus zapatos puestos, ya que la ropa en harapos la traía en la mano. La seguía un hombre grande, de prominente abdomen, desnudo y evidentemente excitado.

 En las butacas en tanto, la profe estimulaba con su boca el coño, clítoris y culo de Josefina quien con la mano tapando su boca, trataba de evitar se escucharan sus excitantes quejidos.

 Siguieron unos cuantos cortos similares, pero el que terminó de echar a la gente fue uno donde se mostraba a un grupo de 5 pandilleros irrumpir en una casa de cambio de divisas, reducir a los 4 guardias (dos mujeres); inmovilizar a los 9 empleados (tres mujeres) y luego, por más de una hora, abusar repetida y sistemáticamente de una secretaria, una guardia y del gerente, convirtiendo al resto del personal en un asustado y excitado público.

 De esta manera, una vez dentro de las instalaciones, las cámaras grabaron, cómo en menos de 15 segundos fueron los dominadores de la situación. Con imitable eficiencia, en la oficina de seguridad y en el hall central al unísono, redujeron, desnudaron y esposaron a tres de los cuatro guardias y a 8 de los 10 oficinistas, respectivamente, dejándolos a todos acomodados en bizarros 69.

 La carne de Josefina se estremecía estimulada por la lengua y dedos de la profe y nuestros. Levantaba las caderas, arqueando la espalda en un cerrado ángulo. Un sordo gemido antecedió un potente orgasmo.

 En la real filmación, los bandidos, tomaron a la guardia guapa, a la fabulosa secretaria y al elegante gerente y con ellos de pie, desnudos y con las manos atadas en el centro del salón central, los obligaron, metiéndoles bruscamente una pistola en el ano o la boca, a modelar para ellos.

 En la realidad, nuestras manos y bocas se entretenían en los senos de la Profe mientras Josefina le devolvía la mano tal cual se la había hecho. Tímidos gemidos comenzaban a escucharse. Gotas de sudor le perlaban el lujurioso rostro.

En el documental  vimos cómo los maleantes, después de obligar a sus rehenes a modelar, bailar y sodomizarse entre ellos con las lumas de los guardias, dos tipos tomaron bruscamente a la linda y pechugona guardia.

 Luego de someterla a golpes de puño, la dejaron ubicada en cuatro patas en el frío piso de cerámica. Uno de los pillos se puso detrás de ella con su erecto mástil libre y sin piedad comenzó a violarla por el coño brutalmente. El otro la tomó del cabello y jalándoselo con violencia la sometió para follarse al mismo ritmo su boca.

 Otros dos miraron a la secretaria. A diferencia de la guardia, ésta se entregó con docilidad a las demandas de sus captores. Fue follada igual que la otra, pero sin la innecesaria violencia utilizada en su compañera.

 Paralelamente, el quinto forajido resultó ser diferente. Con una metralleta en la boca, obligó al gerente a escucharlo. Fue claro y conciso. Le dijo, si cooperas, vives… y lo sodomizó con rudeza y abandono hasta acabar en su boca.

 Nosotros en tanto, succionábamos con locura los senos de la profe. Josefina por su lado, penetraba con dos dedos su excitados coño al tiempo que succionaba y jugaba con su lengua con el duro clítoris de nuestra joven docente.

 La pantalla mostraba que al comienzo hubo resistencia, pero el miedo y la lujuria hicieron lo suyo, terminando todos entregados al placer. Quedó para la posteridad el momento en el que al flemático gerente, un tipo de casi dos metros, le partió el culo en dos y él lo gozó como una perra en celo.

 En las butacas, Josefina se tragaba casi completa la verga de Juan Ignacio, casi al mismo ritmo que la profe dedicaba una similar atención a la mía. De pronto, la profe, luego de notar que estábamos solos, soltó el miembro, se dio vuelta sobre su eje, apoyó sus manos en el respaldo y las separadas rodillas en el asiento de su butaca, dándole la espalda a la pantalla y ofreciendo sus apetitosos y depilados orificios íntimos. Segundos después de estar bombeando con vigor su coño por detrás, Josefina y Juan, en la butaca de al lado comenzaban a imitarnos con infantil entusiasmo.

Una vez los delincuentes acabaron, a punta de pistola obligaron a los compañeros de trabajo de las abusadas a reemplazarlos de modo de seguir follando mientras ellos daban vuelta el lugar. La instrucción fue precisa o follan o mueren.

 Saquearon las cajas registradoras y la bóveda, llevándose consigo más de 15 millones y los condones que usaron para follar, dejando atrás, los culos ensangrentados del gerente y las dos elegidas.

 Los bandidos salían por la puerta principal con su suculento botín cuando casi al mismo tiempo y después de varios orgasmos femeninos, acabábamos Juan Ignacio y yo en lo más profundo de los intestinos de Josefina y Ana María, respectivamente.

 Charlamos por un buen rato, desnudos, protegidos por la penumbra de la sala. El segundo documental promediaba y acordamos irnos todos juntos a la habitación de Ana María. Entonces, entre bromas nos vestimos y marchamos hacia nuestro destino. El trato con Josefina era el de una pareja que se ama abiertamente.  

 Menos de una hora después, Juan Ignacio, poco acostumbrado al alcohol, quedó, aturdido y desplomado sobre la mesa. Pensé que todo acabaría, pero entre la novel docente, la veterana elegante Josefina y yo, tácitamente decidimos continuar la juerga, decisión que significó vivir, hasta ese momento, la más increíble e inolvidable noche de nuestras vidas.

 Fue tan increíble que por primera vez en el seminario, Ana María dormía acompañada en su cama y no solo por una persona, sino, por dos. Nos duchamos con Josefina temprano por la mañana en nuestra habitación, charlando no sin morbo sobre lo que habíamos vivido la noche anterior.

 Josefina estaba asustada, pero anhelaba seguir. Esperaba que yo tomara la iniciativa o al menos le diera el vamos y esa mañana lo hice.

Día 5: Con todo sino pa’ qué!!!

 El seminario traía consigo dos plus, antes de viajar, detestaba uno. El viaje incluía un suculento viático y el fin de semana con todo incluido en las mismas instalaciones del resort. A esas alturas, asomaba una torcida sonrisa cada vez que pensaba en eso.

 El día final estaba dividido en tres jornadas. La mañana estuvo dedicada a recibir las evaluaciones y los últimos contenidos. La agenda señalaba que la tarde era libre, pues en la noche, a partir de las 8 pm, la asistencia a una cena bailable de despedida, era obligatoria.

 En estricto rigor, en el mejor de los casos la relación que los tres mantuvimos con los otros fue de una cortés indiferencia. Los únicos momentos que compartimos todos juntos, fueron las actividades obligatorias del seminario, porque en las horas libres abiertamente nos tratábamos como completos desconocidos.

 El quiebre de paradigma comenzó a generarse en la alegría matutina. A petición nuestra, durante la ceremonia de graduación y entrega de diplomas, en el momento del abrazo con los graduados, Ana María, clandestinamente, a aquellos que fueron sus anteriores amantes, les dejaría, en sus bolsillos una intrigante invitación.

 Durante la tarde y separados por una hora, la profe folló con José Pedro, José Eduardo y Juan Enrique, invitando a cada uno a un encuentro post fiesta de celebración. Con el fin de sazonar la ocasión la señora de la limpieza le consiguió en secreto (solo sabíamos Josefina y yo) a mi compañera de locuras un pequeño frasco de vidrio con un espeso y oscuro brebaje dentro tapado con un pintoresco corcho.

 Las dos primeras rondas de champaña que se les sirvió a las mujeres del grupo fueron alteradas con dos gotas de la sospechosa poción. En tanto, a los veteranos iba disuelta una pastillita azul en sus tragos.

 Josefina instruyó y sobornó a tres garzones quienes repartieron las copas con meticulosa precisión. Los únicos que ingirieron alcohol sin alterar fueron los tres convocados: José Pedro, José Eduardo y Juan Enrique y nosotros.

 La mayoría de las féminas, normalmente no pasaba de la media copa de alcohol, pero esa noche e inducidas por el dulce sabor del éxito y las mágicas gotas, se permitieron una segunda ronda y una tercera. A todas y todos se les encendieron las mejillas. Los ojos se les tornaron vidriosos. Las pupilas dilatadas.

 Los platos estaban a medio terminar cuando aquellas siempre bien compuestas mujeres que al igual que Josefina, encontraron en el seminario eventuales parejas, tras comprobar el estado de las vergas de sus hombres, de a una comenzaron a meter los erectos miembros en sus ansiosas bocas.

 Así, respectivamente, María Carmen (57), María José (48) y María Cristina (46), se tragaban la verga de sus romeos sentados cada uno al lado de una,  Romeo 1 o Juan Francisco (62), Romeo 2 o Ricardo Agustín (58) y Romeo 3 o Federico Ernesto (61), respectivamente).

 En realidad no pasó mucho para que María Elena (49) y Patricia Alejandra (45) comenzaran a tragarse las vergas de Romeo 4 o Álvaro Julián (57) y Romeo 5 o José Francisco (60) con desatada lujuria.

 Unos minutos más tarde, Romeo 6 o Julio Evaristo  (60) se acercó a Patricia, siendo gustosamente recibido, formando el primer trío de la noche. Sin esperar a ser invitado, Romeo 7 o Félix Andrés (69) hizo lo propio con la atractiva y sensual María Elena.

 Josefina sonreía con la satisfacción de una niña que acaba de cometer una travesura impunemente. Por su parte, una mezcla de asombro y lascivia mostraba la expresión en el sensualmente inocente rostro de Ana María y en el de Juan Ignacio.

 Las normalmente flemáticas señoras, las mismas que siendo casadas, mantenían un romance con algún compañero, en total discreción, esa noche, gracias a un poco de ayuda de Josefina, se comportaban como una banda de putas elegantes contratadas para satisfacer las infames concupiscencias de un grupo de banqueros ricos.  

 Lo último que vi antes de seguir el perfecto culo de la profe Ana María fue a dos garzones acercándose a María Carmen (G1, 21) y otros dos a María José (G2, 22 y G3, 21). Los mulatos fueron agasajados a su llegada con las nalgas abiertas. Desde el pasillo de los ascensores aun podían oírse destemplados y lujuriosos gritos femeninos.

 Por otra parte, la ausencia de José Pedro, José Eduardo y Juan Enrique se debió a que los tres fueron citados, media hora antes de la fiesta, al cuarto de Josefina que a pesar de abandonarlo, no entregó la llave. Elegantemente ataviados, llegaron con 5 minutos de diferencia.

 Fueron recibidos y posteriormente atendidos por, Zelda (23), una joven, hermosa y atlética dependienta del hotel encargada del aseo de las habitaciones. La misión de la chica consistía en calentarlos mientras los atendía.

 Para ello, la exóticamente bella morena, lucía el uniforme de las camareras del hotel, solo que la falda en vez de llegarle justo encima de las rodillas y ser cuadrada, la de Zelda lo hacía hasta medio muslo y era ajustadamente sensual.

 Por una hora, Zelda se movió entre ellos, sirviéndoles esto o aquello con felino andar. Si estaban atentos, de tanto en tanto, lograban ver fugazmente la mitad de un pezón o su albo colales. Los invitados estaban en la gloria. La ceremonia era un lejano recuerdo en esos momentos.

 Los tres eran finos y firmes bebedores por lo que la instrucción fue alterar el alcohol recién a la tercera ronda. Pocos minutos después de tomársela y mientras Zelda comenzaba con su ronda para rellenar los vasos, José Eduardo dejó sobre la cama un abultado fajo de billetes, al tiempo que le proponía a la novel mulata participar como protagonista principal en una singularmente lasciva orgía. Zelda sonrió con picardía y asintió con su cabeza, aceptando sin vacilar.

 Le tapaban con rudeza los tres orificios a la caliente muchacha cuando, en silencio entramos Juan, Josefina, la profe y yo con la mano en su culo. Al notar nuestra presencia no se inmutaron y sin perder el ritmo ni la coordinación, siguieron follando con bizarra lujuria.

 Los perfectos senos de la dominicana rebotaban al ritmo que le imponían las vergas de José Pedro por el culo y Juan Eduardo por el coño, mientras Juan Enrique, sentado en un orillado sitial, meneaba su, a medio vivir, miembro sin perderse detalle de los que sus compañeros y la espectacular y joven mujer estaban haciendo. 

 Nos acomodamos con el fin de observarlos. Así, con deseo en los ojos, fuimos espectadores de un soberbio polvo hasta que acabaron dentro de la lujuriosa y bella dominicana.

 Los piropos de sus eventuales amantes no se dejaron esperar cuando se puso en pie. Entones, tras regalarles una brillante sonrisa, dio unos cuantos sensuales pasos, mostrándose a ellos alegremente. 

 Después de vestirse, se acercó a Josefina para recibir lo acordado. En ese momento la elegante señora le propuso a la sensual mulata, por una considerable suma, volver con un amigo bien dotado. La muchacha, sonriendo siempre, aceptó.

 Media hora más tarde la exótica chica volvía acompañada del Garzón 2. Se encontraron con una prendida fiesta de esas donde, el que se aburre, se viste y se va. Josefina, bailaba con Juan Ignacio y conmigo, mientras la profe lo hacía con Juan Enrique, José Eduardo y Juan Ignacio. Ninguno llevábamos ropa encima.

 Los recién llegados se unieron a la fiesta sin problemas. Al poco, Josefina contoneaba su cuerpo sensualmente para el garzón 2 de nombre Jairo y Juan Ignacio, al tiempo que la profe continuaba haciéndolo para nosotros y la chica llamada Zelda, lo hacía con José Eduardo y José Enrique.

 Nunca pude recordar cómo comenzaron los toqueteos, pero de lo que sí tengo memoria, es que rápidamente pasaron a un abierto manoseo mientras cada una de las féminas danzaba de manera abiertamente sexual en medio de sus dos compañeros.

 Ana María separaba cada vez más las piernas en un intento de recibir aún más adentro nuestros ávidos dedos en sus dilatados coño y culo. Por unos cuantos minutos la mantuvimos en una doble penetración con nuestros dedos hasta que sin previo aviso, su cuerpo comenzó a temblar en involuntarios espasmos.

 Un intenso orgasmo le sacudía todos sus músculos en unos cuantos segundos de frenético placer. Segundos después, la profe fue la primera en recibir alternadamente nuestras dos vergas en su caliente boca.

 No pasó mucho rato cuando eran tres las féminas que chupaban con deleite de a dos vergas cada una. Luego, Josefina primero, Ana María segundos después, dispuestas sobre la cama, apoyadas en sus manos y rodillas, una al lado de la otra, recibían verga o por el culo y la boca o por el coño y la boca, ahogando ansiosos quejidos de ambas. Las vergas de dos veteranos hacían todo lo que podían con la espectacular pantera que tenían entre sus manos.

 El segundo turno se dio casi de inmediato, sin embargo, en los segundos de relativa calma, nos cambiamos con José Eduardo de manera que a Zelda le hice lo mismo que a la profe solo que por mucho más tiempo.

 Mi compañero que a esas alturas no me importaba quien fuera, estaba en sentado fuera de combate, sentado en un sitial. De esa manera, tuve para mi solito a la espectacular Zelda.

 Mentiría si no digo que perdí completamente la noción del tiempo y el espacio. Solo existía Zelda con la que en todo ese rato lo hicimos en varias poses, por todos sus orificios y de manera gentil y brusca. Los dos siempre queriendo más.

 De pronto, en nuestro limitado campo de visión apareció la profe. Sin siquiera mirarme, Zelda estiró su brazo con la mano abierta. La recibimos con alegría, formando un increíble trío. Follamos por largos y eróticos minutos, varios de ellos casi como un espectador más con la diferencia que tenía parte de mí dentro de o Zelda o Ana María. 

 La tercera se dio tras un par de minutos. Esta vez, me fui donde mi Josefina. La compartí con Jairo que volvía después de hacerlo con la profe hasta quedar fuera de combate.

 Justo antes de iniciar el turno, Zelda bebió de la pócima mágica, brindando con Jairo, Juan Enrique, Juan Ignacio y José Eduardo. Follamos como animales en celo por más de una hora más. Esta vez, las tres doblemente penetradas en no pocas oportunidades por culo y coño al mismo tiempo.

 Con el pasar de los años siempre recordamos ese polvo, pues en mi memoria se grabó su rostro contorsionado en una mueca de un placer más allá de toda medida o descripción al tiempo que Jairo por el culo y yo por el coño, coordinadamente la taladrábamos sin piedad. A veces pienso que fue ese momento donde todo cambió para nosotros y definió, en gran medida, nuestro futuro.  

 En la lujosa y amplia habitación, las voces femeninas se superponían entre destemplados gritos y soeces exclamaciones. En cuanto acabé, josefina dio por terminada la hora feliz, por lo que Jairo se fue en busca de otro hoyo que tapar.

 Entonces, juntos, fuimos por una reponedora ducha. Regresamos 20 minutos después. Con un trago en la mano nos acomodamos en el sillón, justo frente al espectáculo que los demás, gratuitamente ofrecían.

 Entre la exótica dominicana y la hermosa profesora atendían con lasciva diligencia cuanta verga erecta estuviese a su alcance. Por largo rato, presenciamos cómo en el fragor de la excitación, la febril carne femenina cedía a todo.

 Comenzamos a charlar tras un buen rato de expectante silencio. Sin poder dejar de mirar la escena, de súbito, apuntando con un gesto de sus labios a las gozadoras, me preguntó si acaso se veía como  ellas haciéndolo.

 Estábamos sentados en el cómodo y afelpado sofá, abrazados. Sus erguidos pezones apuntaban al horizonte, enhiestos. Al ladear el rostro vi que los ojos le destellaban y tenía la boca semi abierta. Jugaba con su cabello húmedo.

 Para mí era la mujer más hermosa, glamorosa y sexy del mundo mundial y, sin filtro, se lo expresé, agregando adjetivos como lujuriosamente elegante e inocentemente lasciva entre otros que en el momento me vinieron a la mente.

 Pasó pausadamente la lengua por sus labios solo para humedecerlos lo suficiente para fundirnos en un sentido y apasionado beso y cuales adolescentes más que tocarnos, nos dedicamos a explorarnos con dedicado erotismo. Al menos yo, quería grabarme todos los detalles de su ardiente cuerpo.

 Un par de minutos después, Juan Ignacio, con entusiasme infantil se nos unió. Así, entre los dos, besamos, chupamos, mordimos, succionamos y lamimos su bello rostro, sus diminutas orejas, su estilizado cuello, sus estrechos y redondeados hombros, sus  adorables senos, el plano abdomen, sus kilométricas y cotoneadas piernas, el fino, delicado y perfectamente acicalado par de pies.

 Por supuesto, obtuvieron mayor atención su  juguetón clítoris, ardiente coño y palpitante y redondo culo con hambrienta lujuria. El orgasmo la sorprendió en el instante que, en cuatro patas y con la boca llena con la verga de Juan Ignacio, la penetraba por su palpitante y enrojecido culo.

 Con mi compañero de seminario, estuvimos follándonos a Josefina por un buen rato. El hombre aguantó más tiempo debido a que nos intercambiamos cada cierto tiempo, empero en cuanto acabó en los intestinos de Josefina, Jairo tomó su lugar con endemoniada eficiencia.

 Con el dominicano le tapamos todos los agujeros y en todas las posiciones por largo tiempo. Yo solo tenía ojos para Josefina que aullaba con desatada lujuria cuando, al rato, con mi verga entera dentro de su culo y tras un apasionado beso, la corneta de Jairo penetró su coño con innecesario tiento.

 Una vez estuvo ensartada, otra vez, por las dos vergas, iniciamos un coordinado movimiento el que mantuvimos por un par de minutos hasta que Jairo me pidió no cambiar de pose porque estaba cansado y quería acabar, lo que finalmente hizo unos cuantos minutos más tarde en lo más profundo de su dilatado coño. Durante esos minutos, Josefina fue embargada por una cadena de intensos orgasmos, manteniéndola en un constante clímax hasta cuando Jairo, finalmente eyaculó.

 Transpirado y con la respiración agitada, se hizo a un lado. La sonrisa de satisfacción que no podía disimular era justificada. El hotel le pagó por servir mesas y nosotros lo que gana en un año  por pasar un buen rato. Fue recibido por Zelda la que en cuanto tomó asiento el hombre, se abalanzó, hambrienta, sobre su verga.

 Al salir y no ser reemplazado, notamos que todos ya estaban fuera de combate. Todos, excepto Zelda. Con el miembro flácido de Jairo en la mano, nos miraba con envidia y lujuria. Con miradas, Josefina la invitó a unirse. Follamos los tres por otros varios minutos hasta finalmente alcanzar el clímax casi al unísono.

 Antes de irnos, le pedimos a Zelda nos acompañara. Nuevamente sonriendo y, esta vez rechazando el dinero que Josefina, alegremente le ofrecía, aceptó. Entramos avanzada la noche a nuestra habitación, Josefina, la profe, Juan Ignacio, Zelda y yo.

 Luego de un rato de charla, Juan Ignacio como siempre, quedó nocaut, estirado cuan largo era, sobre una mullida y pulcra alfombra. Lejos de pensar en seguir su ejemplo, la profe comenzó a insinuarse a Zelda. La belleza caribeña no se hizo de rogar, comenzando ambas y sin preámbulos a besarse y tocarse con lasciva decisión.

 Josefina se les unió no antes de observarlas por casi dos minutos. Alternativamente miraba a las chicas y a mí. Luego de asentir con un imperceptible guiño, ipso facto acercó tímidamente su febril carne. Antes de estar lo suficientemente cerca, las chicas detuvieron sus acciones solo para cada una estirar un brazo en señal de afectuoso recibimiento.

 Se fundieron en un caliente abrazo y de inmediato incluyeron a la recién llegada a sus lascivos juegos. Mis incrédulos ojos no daban crédito al maravilloso espectáculo que estas tres bellas y lujuriosas féminas regalaban a quien quisiera apreciarlas.

 La manera en la que utilizaban sus lenguas y dedos era femeninamente exquisita. Si bien las tres tenían lo suyo y  a las tres las admiraba, Josefina sobresalía desde mi punto de vista porque, insisto ninguna de las tres era mejor o peor. Sencillamente en mi humilde opinión, Josefina, tenía más clase en el dedo meñique que toda la realeza europea junta y se notaba. 

No tenía un mejor cuerpo ni era más bonita que Ana María o Zelda. No. No solo era cuestión de cuerpo o belleza. De la clase que le brotaba por los poros, se desprendía algo más que elegancia, lo que Josefina exudaba era garbo. Era también su actitud y la soltura y naturalidad con la que se desenvolvía siempre la que marcaba la diferencia. Donde Josefina estaba, si ella así lo quería, se hacía notar. .

Nunca había sido infiel y con la soltura de la práctica, lo fue. Nunca había tenido sexo en otro lugar que no fuera el dormitorio y cuando lo hizo, lo gozó. Nunca había estado con dos hombres en la cama y definitivamente le gustó; y nunca había sentido atracción por una mujer y con Ana María y Zelda se dieron placer hasta el orgasmo.

 Josefina, todavía agitada, dejando a Zelda en medio, fijaba la vista en mí, mientras tocaba con desenfado el seno de la morena más cercano a ella. Con los ojos enfocados en mi erecto miembro, se separó de ellas y con sensuales movimientos cubrió los 4 pasos que nos separaban.

 Su luminosa sonrisa lo iluminaba todo. Se ubicó, agachada, entre mis separadas rodillas y sin preámbulo con su caliente boca comenzó a succionar con inusitado vigor. Luego de unas cuantas chupadas me instó a ponerme de pie y tomándome de la aún dura verga, nos llevó hasta dejarme en medio de los ardientes y sudados cuerpos de la dominicana y la profe.

 Por casi una hora, gocé del privilegio de tener a mi entera disposición, tres hermosos coños e igual cantidad de palpitantes culos. En un momento memorable, tuve ante mis ojos, ordenados uno al lado del otro, a tres hermosos, redondos, firmes y coloridos culos ansiosos de recibir placer. Entonces, fui embistiendo uno tras otro como poseído por un lujuriosamente depravado trance.

 El rítmico plaf, plaf que resultaba del frenético bombeo opacaba los quejidos. No podría asegurar cuanto tiempo estuvimos así, pero fue maravilloso. Recuerdo que esa noche, terminamos los dos con Josefina, abrazados, acostados en un mullido y amplio sofá, cubiertos con una suave manta, haciendo el amor con tierna consideración. A partir de esa noche, nunca dejó de besarme como despedida de buenas noches las veces que estuvimos juntos.

 Sábado, Epílogo

 Despertamos todos pasada la 1 pm. En el bufet estaban  nos enteramos que todos los compañeros que partirían por la mañana, no lo hicieron. La atmósfera estuvo tensa hasta que Josefina, en un exabrupto, se puso de pie y mostrando los senos gritó… Acaso me van a decir que estuvo malo.  

 La carcajada fue general y liberadora. De inmediato retornaron las conversaciones y con ellas se escucharon por primera vez en el bufet, estruendosas y auténticas risas y una cercana camaradería que no vimos los otros días, todos acomodados en una sola y gran mesa donde estaban María Elena, María Cristiana, Álvaro Julián, Juan Ignacio y José Pedro y a la que con gusto nos sumamos. Ana María finalmente se quedó con Zelda y Jairo.

 Era sábado, el primero de dos días con todo pagado y acabábamos de disfrutar de un divertido y ameno desayuno donde en tono de broma se tocó tangencialmente por primera vez, la noche anterior, cuando María Cristina señaló que los veteranos o estaban muertos o paralíticos, causando gran hilaridad entre nosotros. Esa tarde nuestros compañeros y compañeras eran otras personas. Incluso vestían distinto.

 Sin embargo, el broche de oro lo puso, María Elena, quien en un inédito momento de espontaneidad, espetó un hilarante comentario seguido de una controvertida y sutil sugerencia, refiriéndose a su irrefutable convicción de continuar, a toda costa, con la fiesta de la noche anterior. Lo resume fielmente la frase: no hay primera sin segunda.

  Las risas no se hicieron esperar y no tanto por lo chistoso de los comentarios, sino quién era la que lo emitía. No paraba de hablar contándonos que un tal Logan, la noche anterior le extendió una singular invitación.

 El peculiar lugar al cual fue invitada resultó ser una exclusiva playa nudista de propiedad del resort ubicada en una isla a la que se llegaba solo por mar. Por nuestra cuenta y mientras María Elena daba suculentos detalles, con Josefina pedimos un trago para cada uno. Cuando llegó el trago, levantó la copa expresando la voluntad de acompañar a María Elena a esa playa.

Una hora después, viajábamos en un lujoso yate, propiedad del esposo de María Elena, todos en trajes de baño, bebiendo y disfrutando del hermoso océano y de los esculpidos cuerpos de las liberadas señoras.

 El trayecto se recorría en poco más de una hora. A medio camino, Josefina y las otras dos chicas tomaban sol en el piso más alto del yate cuando sin mediar nada, irguió la espalda y en un natural ademán retiró la parte de arriba de su bikini. Acto seguido, estirándome su mano con la pantalla solar en ella, me pidió la protegiera del sol.

 Esparcí la fragante crema primero en sus senos para terminar en su perfecto culo. En cuanto acabé, tenía una notoria erección. María Elena, al lado de Josefina y hablando en tercera persona de mí, le pidió si podía protegerla a ella también, a lo que sonriendo aceptó. Recién se daba la vuelta, cuando entre Juan Ignacio, Álvaro Julián y José Pedro imitaban la rutina.

 Mi turno esparciendo la pantalla protectora en la piel de María Elena había expirado, pero en cuanto me retiré, Álvaro Julián continuó, sin crema en las manos, manoseando senos y coño, acomodándose para comenzar a chupar con ansias los definidos y duros pezones.

 Estoy viejo y enfermo, pero no soy sándwich de palta por lo que solo si ustedes me lo piden, les cuento lo que Josefina y yo vivimos el resto de aquel memorable fin de semana.

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