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El último día de vacaciones (AM)

 Soñados. Esa era la palabra que describía los 14 días que habíamos disfrutado en Recife, pero aún le tenía reservada una sorpresa a mi mujercita. Era el último día y noche de nuestras vacaciones y si bien todas habían sido especiales, esperaba que todo acabara con una fantasía cumplida como broche de oro.

Yo: qué tal ha sido esta segunda luna de miel, cariño?
Tare: maravilloso todo, amor... voy al último masaje. Vienes?
yo: no, reina. Me voy a la piscina un rato. Nos vemos en el desayuno, le parece?
tare: Bueno. Nos vemos.
Yo: cariño… dile a la niña que hoy tomarás la sesión doble.
Tare: ok. Chau.

Al llegar a las salas de masajes, Constanza, la chica que la había atendido todas las mañanas, ya la esperaba.

Constanza: buenos días señora, Tare. Cómo amaneció?
tare: todo bien Connie y dime Tare por favor. Aunque un poco triste, pues mañana nos vamos.
Connie: te voy a extrañar, Tare, es una persona muy simpática.
Tare: yo igual, Connie… oye, Javier me dijo que tomara la sesión doble. Está bien para ti?
Connie: no hay problema, Tare. Prepararé todo mientras te tomas este jugo de frutas que te hice.

La sesión de masaje de esa mañana comenzó de forma distinta. Lo primero fue la elección de la sala, pues no era la misma de todos los días. De hecho, era más amplia, más luminosa y con el techo más elevado. El único mobiliario que había consistía en una camilla ajustable, una pequeña mesa metálica, un pequeño escaparate con cremas y esencias. La camilla se encontraba pegada a la pared donde sobresalía un gran espejo el que cubría casi toda la parte superior de la pared. Detrás de ese espejo estaba yo.

Además del bikini, sobre la pequeña mesa metálica, se encontraba una venda para los ojos y un par de pequeños audífonos. Tarella, se estiró de vientre sobre la camilla de masajes, con los ojos ciegos y música sonando en sus oídos. Sufrió un ligero temblor al sentir el primer contacto. La piel de sus brazos se erizó por unos segundos, escapándosele una especie de suave gemido.

Las manos de la chica se movían con agilidad sobre la aceitada piel de mi esposa. Habrían transcurrido cerca de 3 minutos cuando Tare se dio la vuelta, quedando con la espalda pegada a la camilla.

El masaje iba como de costumbre. La excepción estaba en que esta vez incluía una pasada, cada vez con más frecuencia, por sus tetas. Al comienzo las manos realizaban su recorrido por debajo de la prenda, dejándola en su lugar al retirarse, empero al cabo, sus dos hermosas tetas quedaron al descubierto, mostrando dos inhiestos y rosados pezones. Tare comenzaba a calentarse.

La boca de Tare se abría en un grito silencioso al tiempo que ingresaban al cuarto dos hombres jóvenes y musculosos. En una pausa, el moreno tomó el lugar de la chica, siguiendo con el masaje. Pasaba sus manos –lentamente- desde las rodillas hasta el nacimiento del culo, rozándole su conchita y cada centímetro de piel a mi mujer en cada subida y bajada.

No hubo necesidad que se le impeliera a hacerlo. En cuanto sintió la palma de la mano en su coño, dobló las rodillas y abrió las piernas para facilitar el acceso a sus partes íntimas. La mano del negro subía y bajaba, deteniéndose, un instante más, en su clítoris… El orgasmo estaba a la vuelta de la esquina. Tarella arqueaba el cuerpo y jadeaba… El clímax la inundó, dejándola tendida sobre la camilla.

Entonces, el hombre la despojó del bikini y le introdujo el dedo medio y el anular en su concha, comenzando una masturbación apoteósica. Tarella, al tiempo que aullaba como una perra en celo, adoptaba una posición extraña, con la espalda formando un arco casi perfecto apoyado en sus pies y cabeza. El tipo le estaba dando duro.

La camilla estaba toda mojada con los fluidos de mi esposa. Tarella, estirada de espaldas en la camilla. El moreno, entonces, le pide que se de vuelta, quedando estirada de vientre con sus piernas abiertas y el culito parado. En tanto, el otro tipo, rubio de pelo largo, le acercó una polla, de al menos 23 cm, a la boca. Un segundo le bastó para abrirla y comérsela casi toda de una estocada.

Mientras el Rubio estaba en su mete y saca en la boca, follándosela como si de un coño se tratara, el negro le pasaba la lengua con dedicación desde su ano hasta el clítoris al tiempo que le penetraba la concha con dos dedos en otro mete y saca ininterrumpido. Mi mujer gozaba como una demente.

El rubio le eyaculaba en la boca al mismo tiempo que mi esposa sentía otro intenso orgasmo. El semen le escurría por los labios cuando el negro, dejándola apoyada en las rodillas y las manos con el culo parado, le ubicó su corneta en la entrada de su vagina, penetrándola lentamente, milímetro a milímetro… hasta sentir las pelotas chochar. Fue cuando de golpe la sacó y de golpe de nuevo la volvió a introducir… Tres, cuatro embestidas e inició un ritmo galopante, follándole el coño a mi mujer como un poseso.

Al cabo, a Tare se le movía la cabeza como a una muñeca. Estaba perdida entre orgasmos cuando el negro le sacó la polla del coño acabando en su culo abundantemente. Mi mujer ahí estaba, jadeando, transpirada, con semen en su cuerpo, desnuda y desparramada sobre una camilla de masajes recién follada por dos toros con el culo al aire.

Lo que mis ojos presenciaban era maravilloso. Tanto, que no pude contenerme, entrando en la habitación. Tare aún estaba vendada. No lo resistí, me desnudé y de una sola estocada le clavé la corneta en todo el culo. Eso la revivió y luego de un par de embestidas, el dolor fue cediendo terreno al placer… Me la follé por unos 15 minutos, tras los cuales acabé en sus entrañas… Fue exquisito y eso que el día recién comenzaba.

Salí de la habitación de masajes para ir a esperar a mi esposa. Media hora después la vi venir. Caminaba enfundada en un bikini negro.

Yo: te pedí un jugo de naranja y tostadas. Todo bien, tare?
Tare: si, cariño, tú planeaste lo del masaje doble, cierto?
yo: a qué te refieres?
tare: no nada…